sábado, 8 de diciembre de 2012

Adiós


Sé que este blog se ha ido a menos. Pero es que vivir una temporada ocupado o feliz puede anular la crítica por la ilusión del amor en un santiamén. Decir que me encuentro trabajando en un proyecto imposible de finalizar (por su propia consistencia simbólica) no aclara nada. Este blog se ha ido a menos, conmigo por la borda. Es tiempo de acabar con todo esto, cerrar una etapa de mi vida y renacer a la manera de los cristianos que no creen en la muerte como permanencia o eternidad. Su eternidad es feliz y la mía es angustiosa. Los dos renacemos de la misma manera: con la conciencia de nuestro karma: todo cristiano será Cristo y alcanzará el cielo (ese cielo que según Mateo: “se alcanza con violencia”) o descansara en el dolor del infierno. Para mí hay una sola eternidad y es la de la angustia: angustia célere, umbría, soturna. Angustia para iniciar una obra con pasión y acabarla o no acabarla, porque la trascendencia real de una obra sólo está en quien la hace. El autor viaja por aquel planeta de navegaciones como un marinero pálido: la luz de este sol no quema, trasforma.
La búsqueda del tono en ese lugar de las navegaciones, hace hoy día que ésta sea la última publicación del blogdemoraortega. Ha sido para mí un viaje maravilloso.
Es el fin de algo que no acaba. Siempre miraremos el horizonte por la borda. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Dilema



Toda escritura es melancólica
y sí, en efecto, ahora me encuentro melancólico.

Y la melancolía no es sino ver el mundo
con la sabiduría de que se nos perderá un día;
tocar con la conciencia de que no tocaremos más;
es pensar en todo aquello que tenemos
y que en cierta realidad ya hemos perdido;
es ver ese pájaro en la lejanía que ya no volveremos a ver.

Melancolía es distinguir de nuevo con amor lo que tenemos
por saber que un día no será más.

Así veo mi vida y la tuya,
tambaleantes en el mismo regazo secretamente alado,
en esta pérdida tan vasta de las cosas que tengo,
que tú tienes.

En tu corazón y el mío,
amor, veo la pérdida,
el aroma de lo que ya no está,
La silueta de lo que nos va dejando una vez más.

Mi corazón veo, amor,
con la conciencia de que te irás,
cada noche en fuga,
cada noche en otro cuerpo,
por que de mí te vas despojando las cosas lentamente.

Te vas y contigo los huéspedes de la noche se van,
los hombres de la ceniza
y los ejércitos de mis sombras,
se van.

Como no puedes dejarme impunemente,
te llevas todo lo que guardo en pueriles secretos,
pueriles ánforas del niño que soy.

Y me siento ya deshabitado antes,
poco antes de que te vayas.

No tienes otra manera de huir
sino deslizándote por mamparas y lámparas,
por biombos de lumbre enigmática,
por cosas que ni si quiera he visto aún,
pero que ya me dan la sensación amarga de su pérdida
¡aquí!
en esta melancolía,
que por fin veo melancólicamente,
y no me entrega ya la desesperanza de hace poco,
si no una esperanza fundada en todo lo que no sé,
en todo lo que me será revelado en el mañana,
en el mañana que ya extraño por que también,
como tú ahora
se perderá.


miércoles, 24 de octubre de 2012

Espuma





Cómo decir que tan solo quiero un pétalo
un rincón, una flor de éste mundo populoso

Cómo decir o hacer que entiendan que quiero tan poco

que no tengo deseos convulsos o temibles
que lo que quiero es lo que veo querer

Ahora, aquí, mis ojos son dos fonemas
por los que habla mi sangre

y un anhelo altísimo
es una estrella en mi voz

¿Cómo decir o dejar de decir tantas cosas?

Pero, así es la vida, el camino amargo
la feroz espuma, peinarse los cabellos

Cómo no afligirse sin embargo ante todo esto
con un trago de silencio

¡Salud!

miércoles, 17 de octubre de 2012

Crónica sobre el cementerio del Tejar y Francisco Jesús Bolaños


Era la segunda vez que intentaba entrar en el Cementerio del Tejar, la primera nadie pudo si quiera recibirme, dado ello hice esta visita de que hablo con la ingenuidad segura de quien espera diversos resultados. Presto apareció, en las puertas del cementerio, desde donde podía observarse una cruz blanca, menos blanca que las nubes de esa hora, quien después supe era el sepulturero. Llevaba apenas cuatro días en su oficio y era un hombre pequeño pero de gran corpulencia como si su fuerza estuviera ejercitada en ataúdes y pesos muertos.

Su nombre era José Machángara y estaba trabajando con una podadora de césped junto a su hijo de once años. Simbólico nombre éste de Machángara, que se compaginaba con lo que de medieval (de presunta medievalidad), de histórico y con lo que de secreto me parecía tenían los alrededores. Entonces, aumentando una “de” que le otorgaba valía nobiliaria y hasta estética, decidí dejar el nombre en José de Machángara, el sepulturero. Había que historiografiar el nombre para que aumente su valía, llevarlo con ayuda de la metáfora desde su condición humana de sepulturero, hasta una condición lírica de granjero de muertos.

La entrada la hice por la calle Baños, de manera que me encontré en medio del penal García Moreno por el lado derecho y el Cementerio se encontró conmigo al lado izquierdo. Es un largo descenso, muy empinado el que debe recorrerse para llegar de la calle Baños que sigue su curso, hasta la entrada del “Cementerio del Tejar” como si de veras  estuviésemos adentrándonos en el reino de la Muerte. Fuera de este ensueño quevedesco estaba el barrio de San Juan un tanto distante, que es siempre desde el otro lado de la ciudad como el aparecimiento de un islote, olvidado, revuelto, bamboleante en su arquitectura, como una isla de papel periódico mojada por la húmeda briza. 
   
De Machángara me hablo con palabras parcas y entrecortadas por las que entreví no demasiado. Me hizo entender que era su cuarto día de trabajo como ya tengo dicho, y cuando le pregunté cuántos muertos llegaban al día, me dijo que uno, pero que uno cada semana. “Los que llegan son los vivos”, aumentó después riendo parcamente. Los cementerios siempre nos distancian de aquel otro mundo donde practicamos la comunión. Yo ya no me sentía parte de este mundo, si no de otro con plenas características pero indiscernible en cuanto a su oscuridad, ya que este es siempre indiscernible en cuanto a su luz. Cuando le pregunté si era él quien se encargaba de enterrar a los muertos, me dijo que sí, silenciosamente mirándose las uñas repletas de tierra.

De éste otro ensueño me sacó un letrero en la pared derecha de la entrada de los muertos (es decir de los ataúdes, ya que la entrada de los vivos esta un poco más abajo y que, dicho de paso, se cierra a las cinco) firmado por la Administración que informaba lo siguiente:

“Todos los difuntos que se encuentra sepultados en la sección Tierra van a ser exhumados por el motivo de que todo va a ser aplanado. Acercarse a Administración a realizar los respectivos trámites, caso contrario no aceptamos reclamos”.

¿Qué hacer con los difuntos que no estaban enterrados? ¿Exhumados de “La Tierra”? y porqué debían sacar a los muertos si el terreno solamente iba a ser aplanado. Ninguna de estas preguntas pudo contestarme José de Machángara.

Imaginé, acto siguiente, el fantasma de un muerto que leyera aquella advertencia.
Un periodista mediterráneo: Joseph Pla, solía tomar sus textos de una sola escena que encontraba bellísima en el día y con eso justificar un folio, dos. Es mi visión de Pla como un genio. Un día tomó un texto de una conversación con su amigo el sepulturero, y que otro periodista: Umbral, nos cuenta así: a la pregunta de que cómo están las cosas, el sepulturero había respondido: “por aquí señor Pla, todo está cada vez más muerto”, no otra cosa sentía que De Machángara me dijera. Cuando se lo pedí no me dejó fotografiarlo, tenía yo el temor aún así de que no apareciera o que aparecieran muchos más.
Como aquel (¿quién duda de su irrealidad?) están también los sepultureros que son filósofos, aquellos de Shakespeare, del Hamlet. “No hay caballeros de nobleza más antigua que los jardineros, sepultureros y cavadores, que son los que ejercen la profesión de Adán” (Hamlet, acto V.) Otro periodista español: Ramón Valle Peña, mejor conocido como Ramón María del Valle Inclán, sustrajo con mano magistral, los dos esbozos de los sepultureros y los iluminó al final de su obra: Luces de Bohemia, convirtiéndolos en Rubén Darío uno, y otro en el conde de Bradomín, que siempre salvo ciertas pocas veces, es Valle Inclán (ver Los botines blancos de piqué, Francisco Umbral). “Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante la vida, la única verdad es la muerte… Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana” (Luces de Bohemia, Valle Inclán). Es decir que los muta en ellos. Yo pensaba todo esto mientras me convertía por osmosis de Machángara, en un poco esos sepultureros y, darme cuenta era la evidencia mayor de que sí, esos sepultureros eran filósofos. Ningún vivo que trate con muertos puede no serlo. Hay una verdad muy antigua, muy profunda y secreta en la sepultura, una que Adán conocía.          

Pronto me dejó De Machángara. Todo había sucedido por un hueco de la puerta, ya que nunca el jardinero me había abierto.   

Volviendo a Valle-Inclán a no sé qué efectos una vez dijo que su arte era la superación de la sorna y de la risa, y que él habla como los muertos que ya sin morales ni prejuicios hablan de los vivos. Se me hace a mí que en cuanto a su estética quería decir que las emociones humanas son vanas y baladís, o más claramente que carecen de eternidad por ser mudables, excepto en sus momentos más intensos ya que para Valle: estar dominado por una emoción que quiere ser eterna y no puede serlo, es la voluntad del ejercicio del arte; y que solo la verdades quietas, eternas, las que no surgen y resurgen súbitas como las emociones, son las que nos acompañan hasta la muerte.

Me dirigí, cuando ya no acudía a mis gritos de protesta el jardinero habiéndose disuelto en el aire, a la administración del Tejar, que había dado tal premisa sobre la exhumación de los muertos que habitan la tierra.  Me fue imposible encontrar a nadie, la oficina estaba cerrada, era una puerta vistosa e inconfundible en medio de la piedra de la Plaza Francisco de Jesús Bolaños. Había una enorme estatua que nunca había visto en medio de la plaza, y hacia ahí me dirigí. Sin embargo, en la mitad del trayecto encontré la puerta de la iglesia aún abierta. Me dirigí hacia ella, la estatua esperaba, me encontré con Estefanía, que no quiso darme su apellido, y le pedí la información que yo requería sobre el tiempo en que fue fundado el cementerio, pero me dijo que “aquella información la tiene el padre Alfredo Llumicanga”. Tras ésta insatisfacción mía, le pregunté si ella sabía sobre éste lío de los “difuntos que se encuentran sepultados”, y me dijo que todo aquello era a causa no de que iban a aplanar la tierra, si no que los familiares de los difuntos (quizá ya muertos) no pagaban las cuotas por los nichos. Acto seguido, le pregunté acerca su oficio en el negocio. A lo que me respondió: “Yo soy quién cobra las cuotas”. 

Entonces los muertos iban a ser exhumados porque no podían pagar las cuotas. No sé en éste punto cómo nos parece extraño que a los faraones se los sepultase con todas sus pertenencias, o que a algunos ortodoxos con sus mujeres, o a los griegos con dos monedas, una por ojo. Más les valió haberlo hecho. Aunque claro, ahora se destierran faraones asimismo para cobrar cuotas, para pagar deudas.

La estatua había esperado lo suficiente. Por detrás había una placa que se me hacía más reciente que la estructura y que decía: “Puro/ simple / desnudo de sí mismo / sólo alumbra / Arcángel del Pichincha / suspenso de las llagas de cristo / volando al cielo” firmado por: Guillermo Hurtado Álvarez, poeta de la zona. Se sentía un gran amor a éste personaje, todo estaba lleno de grafitis pero no la estatua, permanecía la efigie del santo Francisco Jesús Bolaños, con dos sirvientes a sus dos lados. Uno, el de la derecha implorando piedad, y el segundo con una vara en tierra y haciendo un ademán. Los dos son cobrizos. El santo de los ejercicios espirituales es blanco.

Cuando lo tenemos ya al frente, hay una leyenda más y más completa:
“Misionero y evangelizador desde Pasto a Ibarra, Quito, Latacunga, Ambato, Riobamba y Cuenca.  Asceta y místico mercedario, el religioso más distinguido de XVIII, su fama se extendió más allá de estos límites. Por su don de caridad se le conocía como “Padre de Quito”. En 1773 estableció en el Tejar la “Recolección Mercedaria”, la casa de ejercicios espirituales y la capilla de San José, por muchos años fue conductor de religiosos y laicos. Propulsor de la cultura y el arte de su siglo. Su fama de santidad se extendió, el proceso de beatificación está en Roma.” Firmado por Paco Moncayo, alcalde metropolitano 2006.     

Eugenio Espejo, en su testamento, pidió ser enterrado en la capilla de San Juan con el habito blanco de los mercedarios, ya que se sabe que como comunicador Espejo se comprometió a liberar de la supuesta libertad incluso a los mercedarios, cuyo cuarto voto es el de liberar a los demás, a los obnubilados mediante el ejercicio de la fe.

Venía yo nombrando a Valle-Inclán y es que me encuentro leyendo su libro: “La Lámpara Maravillosa: ejercicios espirituales”; precisamente el día de hoy había retomado la lectura y el capítulo que leía versaba sobre la madrina de Valle, que él recordaba “al final del camino de cipreses”, y que cuando joven siempre la encontraba leyendo un libro. “Yo conocí a una santa de niño y no me fue acordada mayor ventura”, así inicia el capítulo sobre dicha madrina, Valle se había enamorado, había santificado y cristalizado a su madrina, y es por ello, lo entendemos luego, que la madrina es beatificada en su conciencia.

El pueblo ama sus santos. Los héroes, no los de guerras, no los lejanos en territorio y tiempo, son cristalizados en estatuas en la memoria de nuestra historia por el amor del pueblo.

martes, 16 de octubre de 2012

Sueños de Dike





“Death is patience as a dead cat”
Jim Harrison


I


Caigo en el orden de los días con disperso vuelo. Con un cierto peso que no había existido antes mi cabeza se ilumina pero nada me deja ver. No sé donde han caído mis ángeles o mi flora, de qué canasto he sacado esta bendita ilusión de estar maldito; de querer ver el abismo con mis ojos en el momento subitáneo en que se ilumina, bajo la orden de una milagrosa lámpara, de una lámpara mágica y oscura.

Ciego, como un gato envuelto en mi propia sombra me vuelvo misterioso para mi mismo. Cojo, repto en medio de mi oscuridad, me parece en una esquina igual a todo lo demás ver cierta muerte que me mira con mis ojos. Hay, ahí mismo un relámpago divino de diamantes, una caricia dada en la sombra, algo del todo oscuro pero feliz asimismo.

Quién se ha perdido de todos aquellos que soy. Me sigo preguntando. En la noche. En la larga esfera de estos milagros concéntricos. De estas metáforas que percibo mientras desciendo por las orillas circulares de un infierno fácil, mal creado, mediocre, vastísimo en medio de su pobreza.

II

Nada puede domar esta oscuridad inmensa. Siendo quien he sido me he venido a perder por partes en esta boca agria de mis tormentas, en este rescoldo de flores muertas, en este acantilado al revés, en este abismo celestial. Quién hubiera dicho, predicho, o intuido que mi corazón se llenara de este alimento apetrolado, se encantara con mis sangres azules, o se fuera de vuelta al corazón del que ha salido. ¿Madre, es que estoy aquí?

Bondad siliente la de todas estas bocas, enmarcadas en la claridad corta de mis sueños, delirios nefastos de mis propias golondrinas. Las que no vuelven. Las que se han dedicado a comer carne en estas grietas de sueños oscuros y de canales arteriales que solo llevan el frío y el viento muerto, hasta un corazón de pájaros azules. 

Este infierno de invisible barroco.


III

¿Cuál es la diferencia entre tú y los poetas? –dice una voz ciega, es decir una voz que no proviene de cuerdas bucales o  ecos repetidos.

-       Yo soy quien abrocha con diamantes la muerte.

No sé, qué diferencia debe haber. Estoy aquí y un día escribo o escribo cada día. Mal. Bien. Dependiendo de la posición de mis emociones, de mis motivos. Qué es esta voz sino la voz de este increado infierno. Pobre, mediocre, pero profundamente oscura, profundamente real y verdadera en cuanto a lo que veo.

No sé en dónde he podido caer con mi complemento de lecturas y de sensaciones. Quién es el padre de este abismo ultratumbal en donde nada cae. En donde solo he caído ciego, cojo, como un gato que es la muerte y que en una esquina umbría se arranca los ojos de la cara. El Sueño. Éste Sueño. 

Repleto de impredecible pobreza.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Epístolas


Epístola I. El ruego.

Capitán
Tendrás que pronunciar su nombre
Mi ofrenda es la muerte
La reconozcas o no
Aquello es lo único que puedo darte

Todos mis cielos dependen de aquel sueño Capitán
Como el alma mía

Pruébame como Yah
Inquirió a Abraham
Bendíceme
La muerte es lo único que tengo

Si no es mi vida
La de mi hijo exígeme
Capitán de las noches
Capitán eternalmente perdido
Entre las sanguijuelas y los espejos.

Todo quiere robarte Capitán
y lo que yo te entrego
(Nunca me has exigido nada)
Es mi último dolor

Capitán desátame de todas mis ergástulas
Róbame los astros
Cárgame de muerte

Todo te lo pido
Te desafío en todo
Y lo que ofrezco no lo ves
Está bajo la silenciosa mesa Capitán
Ahí
Abajo
En la profundidad encontraras mi alma
Me deshago de ella
Ya seca

Quiero ser Abraham
Pruébame
Inmolaré Capitán a mi hijo
Renunciaría a toda la vida
Si me lo pidieras

Capitán que en ningún mar has reinado
Siliente Capitán expíame como después has de castigarte
Aprende Capitán -que nos has erigido como te formaste-
Cómo actuamos nosotros
Delante de tu poder
Que rodillas enterramos dos veces al día
Que somos hombres de verdad
Aprende y sabrás sacrificar a tus hijos

Sabrás Capitán infinito del aire
Lo que es el dolor
Sabrás
Que en tu nombre haremos muchas cosas
Aunque el nuestro ignores

Ya ves capitán único
Estrella verdaderamente fría
Así se comporta el hombre ante tu miedo
Entre tu niebla
Ante el llanto

Has dejado de hablar
Has impedido que mi hijo descienda
Que encuentre el abismo

Pero ya ves
Ante mi sangre
Que has prometido
En custodia tener
Tendrás que decir su nombre 
Capitán de la muerte
Capitán de la sombra
Capitán del sueño
Y del mar capitán.


Epístola II. La concesión.

Detrás del horizonte umbrío esta el día
urdiendo su plan para conquistar la noche
mientras yo esperaba recordando el color de mi vida
la ceguera y el silencio de la muerte
ya la aurora de Venus desaparecía
y se oía largamente un reproche

que no era mío
que es apenas una estrella en mi corazón
la que huía de ésta vida y se unía a la calma
porque si la muerte he decidido
lo ha hecho mi alma y no mi razón

y al alma de nadie le faltaran penas
y a la razón no le faltara laberintos lo sé
en los que perder las hojas de sus primaveras

pero hablo de primaveras sin conocerlas
hablo como el muerto que soy de la muerte que no tengo
por qué para ser feliz hace falta no serlo

ahora que vivo he sido olvidado
tan presente me tiene el hombre que ya no me ve
yo le di el pan y el reino
yo le entregue todas las cosas que posee
mi lápida será el recuerdo
sepultaré al hombre muerto que en mí vive
para que renazca en la memoria el otro
el que nunca he sido y que siempre tuvo lo que perdí
me sepultaré para vivir

divago y el día me encuentra labrando estos versos
soy yo el testigo sin embargo de la muerte de las estrellas
es ingenuo creer que el mundo dure
después de nuestra existencia
conmigo me llevaré todo lo que conozco y lo que me conoce

lo desconocido nunca habrá tenido puesto en la tierra
fui yo el rey y fui el mendigo
no dispuse de mujer ni de copa en la que repartir mi vino
no será mi culpa el haber desaparecido
ni viviré contando los minutos de mi vida

No es tristeza la que me empuja a éste abismo.

lunes, 6 de agosto de 2012

Una memoria de mi abuelo



“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es” esta idea de Borges no se entrelaza sin disparidad con la que hace poco tiempo yo intuía, la de que el hombre inventa su identidad a cada segundo, con cada reflexión y con cada acto, según esa máxima de Max Scheler que prefiere preguntar no qué es, si no qué hace. No viene a ser la vida si no esa serie concadenada de circunstancias y sueños. Sin embargo Borges habla del destino (saber o creer saber quién uno es), no nos dice que la vida se descifra o esta cifrada en ese momento culminante, si no que el destino yace ahí definido. Ese momento viene a componer por más delirante o pacifico que sea una fotografía, un retrato. En rigor las fotografía son momentos, estados que se componen a su vez de imágenes. En rigor, un retrato no viene si no a ejemplificar el estado espiritual de un hombre, en rigor, nuestro rostro es nuestro carácter. Así podría por ejemplo decir que a mi abuelo Alfredo Mora Reyes, lo he conocido, he intuido su carácter, por el retrato que tengo. Todo lo que me han dicho de él se ha asociado a la imagen por su puesto, pero hasta ahora no puedo olvidar el primer momento en que la vi. Ya tenía mucho más de lo que podía ver, y ya pude intuir que los hombres tienen largas memorias, larguísimas, que van más allá de las vidas y de las vidas de sus padres. Aquel fue el encuentro con mi abuelo.
Murió de cáncer cuando yo estaba aún dentro de mi madre.              

Saber quién uno es equivale a tener una estampa nuestra que observemos siempre que se nos haya olvidado. No es que el hombre no dude de su personalidad, si no que ya no tiene que preocuparse por ella, el momento en que sabemos quienes somos (que no es si no intuir lo que somos), viene a suplir las incertidumbre y lo justifica todo. Ya nuestros actos no tiene grandes repercusiones en nuestro sentido de la culpa (a más que sea parte de lo que somos), porque como el destino se ha mostrado nuestras empresas son sólidas aun que sean castillos en el aire. La inteligencia escribí alguna vez, es irse justificando. Ahora diría lo contrario, la inteligencia es discernir entre los otros, ese momento (que no necesariamente es una exaltación extática o una pena muy amarga) en que sabemos definitivamente quienes somos, ese momento que justifica lo una vez echo y lo que queda por hacer.

En aquel retrato de mi abuelo veo más que nada el aura melancólica que lo rodeaba, y ya sabemos la importancia que tiene la melancolía en el acto de pensar. Me parece mirar las noches en que salía al umbral de la puerta y empezaba a recitar poemas en voz alta y solo. Escucho las murmuraciones de sus poesías. Mucho de obelisco tiene la personalidad en esa foto, mucho de esa torre del reloj que hicieron a su memoria en Loja, donde ahora pasan los borrachos y sus mujeres buscándolos (no he ido a Loja en mucho). Me parece en esa fotografía encontrar todos los momentos de su vida, y lo que yo, con la loca de la casa, le hago vivir. Me parece que ahí están los borrachos, me parece ahí ver el sufrimiento de una gran perdida, me parece ver a sus amigos, los tragos que alguna vez bebió en conversaciones que no imagino.

No tengo en casa un altar de santos, nunca idolatré las imágenes de dios, porque siempre me resultaron demasiado coloridas, demasiado folklóricas para ser la imagen de uno. Pero en la fotografía de mi abuelo sí, que ya deja de serlo, que va perdiendo su carácter original para empezar a ser el que yo construyo, veo a dios. Me parece que ahí abundan los momentos de la vida, que ahí están descansando como si fuese la foto un pequeño Aleph. Lo que después viví con mi padre, lo que ahora vivo, todo ahí cifrado y en espera de ser descubierto.

Bueno, ahora he de nombrar el centro de este texto, de donde surgió la idea y donde debe terminar. El Simurgh, aquel dios pájaro que nombra Borges y que es el personaje de un mathnavi (género literario persa que consta de dos versos o pareados) llamado Coloquio de los pájaros y en persa Mantiq-al-Tayr. Escrito por Faryd al-Din Attar en el siglo XII. Al Simurgh lo buscan los pájaros conversadores y tras largos viajes entienden que no son si no ellos el dios pájaro, el Simurgh. Quiero situarme asimismo en un momento de la fabula. Cuando los treinta pájaros entienden por fin quienes son, describirlo mejor es imposible, hay que verlo, hay que situarnos asimismo en el momento en que a los treinta pájaros juntos le es develado que son el dios, el Simurgh. Qué podrían sentir, qué pasaba por sus lenguas, es imposible saberlo, no lo necesitamos, en cambio sintamos que somos uno de esos pájaros (que son cada uno y el Simurgh) y sintamos el poder de la develación que se cierne sobre nosotros, ese encuentro desesperante, lúcido, angelical en que algo (a ellos nada se les presentó) nos dice quienes somos. Yo en esas pupilas pequeñas de los pájaros sólo alcanzo a ver más pájaros reproducidos y en esas pupilas reproducidas veo pájaros… y así hasta el infinito, pero no pájaros en otro estado, sino hasta el infinito pájaros sintiendo el llamado de su destino. Siempre sospeche que lo que yo he sentido como catarsis es eso: el encuentro con un momento que tiene todos los anteriores y los que vendrán. Aquel momento por contener todos los anteriores nos produce una sensación de identidad, nos vemos muy pequeños en cada uno de esos momentos por que los estamos viviendo todos, y ya no necesitamos preocuparnos por nuestro presente o por nuestro fin, ya sabemos quienes somos, ya sabemos qué somos.      

Un día de luna en que oía los Rondos de Chopin (solo los pongo cuando veo la luna, o para verla), regresé la vista hacia la fotografía de mi abuela y ahí escondida tras capaz de años y de distancia, estaba la mujer que amaba por ese tiempo, la que no he dejado de amar por conservarla en mi relicario de santas (que ese sí que lo tengo), y de súbito toda una vida secreta se me echó encima, me pareció vivir esa historia de mi abuelo y de su amor, y me pareció por un momento ser él, pero no con admiración si no con tranquilidad, como si verdaderamente yo hubiese sido su alma. Sé que no tenemos el mismo carácter, sé que no tenemos de parecido mucho, pero ese momento que fue espeluznante después, pero cuando me sucedía solo era misterioso, nunca me ha dejado ir. Me pareció ahí dentro de mi abuelo, de su espíritu encontrar la justificación de mi destino, encontrar quién yo era por fin, me cuide de no asociar lo que sentí con la admiración, pues deseamos por ello con ingenuidad ser mucha gente, y guardé la admiración para otras ocasiones.     

Sin embargo qué problema el que había encontrado, cómo venía a dar con mi identidad en la fotografía de un abuelo muerto. Pronto quedé desolado. Sin embargo las delicadas manos de Chopin dieron paso a un jazz que no recordaba haber tenido entre mis listas de favoritos. Conference of the Birds se llamaba aquel álbum del Dave Holland Quartet. Algo (un pájaro: Parker) me venía siguiendo.

Entonces se me dio en pensar lo siguiente: cada uno de los pájaros podía tener otro parecer, pero eran en conjunto el mismo. Por ello comprendí que la revelación era más profunda de lo que había previsto. Lo que vi en esa vida no vivida de mi abuelo, no fue que era una vida extraviada y mía, si no que quién me condujo a pensar ello fueron los sentimientos experimentados: pensar en mi abuela en sus brazos y en el amor infinito que se habían tenido, era como pensar en tener a esa querida mía en los míos, ellos como el Simurgh eran el amor, y de ese amor nacieron mi tíos queridos, mi familia extensa y extendida como pájaros que se han separado por fin tras la revelación. Es por ello que yo no había sentido en verdad que era mi abuelo o que lo fui, si no que había sentido la identidad de él que se cierne sobre sus hijos y nietos, y ahora bisnietos. Había sentido ese aura melancólica que compartimos, aquel carácter que creí no conocer. Venía a descubrir al dios hombre en esa fotografía, como los pájaros de los versos, en mí mismo y en todos, mi abuelo sólo había sido el conducto para que yo, que estaba solo, lo comprendiera. 
Aun guardo dudas acerca de la mística que hay entre mi abuelo y yo. Quizá sea demasiado contar lo que me enteré poco tiempo después. Sin embargo creo que este texto estaría incompleto sin eso.

Ya dije que cuando mi abuelo murió madre estaba embarazada de mí. Ella fue a visitarlo cuando estaba ya en un féretro. Se le acercó. No pudo ver sus ojos pues estaban cerrados, y lo que pasó después es indescriptible, pero sólo quizá por que creemos muy poco en lo mágico: sintió, lo digo con sus palabras, que un alma entraba hasta su útero, yo tenía tres meses. Tres meses después dio a luz.        

PS: Entra mi padre, y tras yo leerle el texto, me dice que hoy seis de agosto del 2011, es el cumpleaños de mi abuelo Alfredo Mora Reyes. Mañana es el de mi madre.