Pocas miradas lo
destejían, pocas lágrimas daban un sustento al suelo y a la tierra. Una mirada
lejana recorrió la cruz y le deseo otra suerte.
Jesús no pidió
agua, pidió olvido. En una visión -que calificó como sueño- vio el miedo y la
muerte de los que quería salvar, supo que su legado se llenaría de sangre, que
las lágrimas no eran con él, que su paz se desintegraba, y que su muerte sería
la muerte de sus hermanos. Pero cosa extraña: la visión se repitió tres días después,
y en su memoria –que ya es pasado- y en su presente, se sigue repitiendo.
Pero ahora que
se ha encontrado con su padre, sabe que la paz, la dicha y la salvación habían
sido las de él: “Me he equivocado” se dijo y siguió lactando.