sábado, 17 de diciembre de 2011

Un Pensamiento.

Quizá el problema es que no sabemos lo que anhelamos más profundamente. Se me ocurre en ese caso que tenemos una relación con Acteón, el cazador. Camino del bosque, los árboles parecidos a borrachos, otros tallados por el viento: un bosque es un sólo árbol y lo tengo adentro. Acteón divisa un cuervo, va tras él pisando el viento, nefelibata con sus perros. Las plantas como abanicos cubrían un manantial de hielo. El cazador con mano temblorosa rasga el biombo verde, ve la silenciosa figura de la diosa Artemisa, su cuerpo torrencial, su reflejo dorado, su vientre como un acteón de música. Hermosas telarañas los paralizan. Acteón derrotado por el amor. Artemisa furiosa y femenina lo convierte en ciervo, sus cincuenta perros de caza lo devoran. La relación no es con Acteón sino con sus perros, que más tarde sollozando por el bosque lo buscan sin esperanza.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Una Palabra

Súbitamente tranquilo. Me quedo quieto viendo profundo todo el cielo en una página blanca. La contemplo enorme un momento. Basta una palabra para que el universo que contiene se acabe. La escribo y ya está, toda la inmensidad se ha perdido. En un intento de recuperación me digo que es una estrella, pero no hay más que una palabra. No hay metáfora, analogía posible. La palabra usurpa todo a la página, la vacía. Me siento confundido. Tal vez debí dibujar algo: un chiflón de viento, una ventana, o la luna. Es tan fácil dibujar la luna, no necesito retratarla para verla pendiendo de una noche blanca. Ya he robado tanto al silencio. Tal vez no debí decir nada, sólo contemplar la palabra como un hecho divino, algo en lo que yo no he tenido ningún papel, una herida. Y ya la hoja se pierde, no hay retorno posible a aquella alborada. Pienso en arrancarla como me arranco los cabellos. Pero no. Me estoy poniendo tal vez en el lugar equivocado. Así se debió crear el mundo: palabra por palabra.

Me desespero, siento una demasiado grande responsabilidad con mi oficio, como si el mundo pendiera de esa palabra, como si en un pequeño desliz pudieran reventar todos sus reflejos, bajo un florecimiento colosal. Como si estuviese creando el mundo. Medito. ¿Qué debe ser lo siguiente que escriba? Hasta ahora la palabra ensombrecida de tinta me contempla. No hay nada más en su mundo. Es por el momento el mundo mismo. No puede reconocerse o asociarse. Está blancamente sola. Medito.

Súbitamente intranquilo. Descubro la razón de mi proyecto, casi maquiavélica. El miedo me hunde en su oscuridad. Me conmociona la idea. El miedo que siento es teológico, católico. Le estoy haciendo a Dios lo que él nos ha hecho. No pienso poner una sola palabra más a su lado. No soy un hombre vengativo, pero tampoco uno bueno. Guardaré esta página en el librero y si me ayudan las almas, me olvidaré de ella.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Es una idea común...

Es una idea común que la macro estructura económica de un estado usa a los hombres que se ven obligados a seguir sus leyes prefijadas. Creo que el hombre venido al mundo puede, ¿por qué no?, ser él quien use el sistema económico. Para ello sin embargo, es necesario que ese hombre tenga un destino fijado por él, impuesto a sí mismo. El sistema utiliza únicamente a los hombres que no tienen sueños. El sueño del sonámbulo tiene la apariencia de la realidad pues sus ojos contemplan la vigilia. Gambaux celebraba en su Tercer Azul, la semejanza que tiene la sonambúlia con los muertos que han dejado la tumba. La catalepsia no debe ser sino el estado opuesto a la sonambúlia: habitar tan profundamente la galería de nuestros sueños, hasta trocar el sueño en muerte. Quien no tiene destino, pasión por una mínima cosa, es un sonámbulo: mira con ojos enfermos una realidad indistinta de la que no despierta. Quien no tiene sueños ha muerto. Y es que no hay cosa que distinga más a un hombre vivo de uno muerto, con el perdón del bardo, que los sueños.