domingo, 13 de enero de 2013

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Un pequeño proyecto en compañía de una amiga, ya no parte de este blog pero una promesa de lo que vendrá.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Adiós


Sé que este blog se ha ido a menos. Pero es que vivir una temporada ocupado o feliz puede anular la crítica por la ilusión del amor en un santiamén. Decir que me encuentro trabajando en un proyecto imposible de finalizar (por su propia consistencia simbólica) no aclara nada. Este blog se ha ido a menos, conmigo por la borda. Es tiempo de acabar con todo esto, cerrar una etapa de mi vida y renacer a la manera de los cristianos que no creen en la muerte como permanencia o eternidad. Su eternidad es feliz y la mía es angustiosa. Los dos renacemos de la misma manera: con la conciencia de nuestro karma: todo cristiano será Cristo y alcanzará el cielo (ese cielo que según Mateo: “se alcanza con violencia”) o descansara en el dolor del infierno. Para mí hay una sola eternidad y es la de la angustia: angustia célere, umbría, soturna. Angustia para iniciar una obra con pasión y acabarla o no acabarla, porque la trascendencia real de una obra sólo está en quien la hace. El autor viaja por aquel planeta de navegaciones como un marinero pálido: la luz de este sol no quema, trasforma.
La búsqueda del tono en ese lugar de las navegaciones, hace hoy día que ésta sea la última publicación del blogdemoraortega. Ha sido para mí un viaje maravilloso.
Es el fin de algo que no acaba. Siempre miraremos el horizonte por la borda. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Dilema



Toda escritura es melancólica
y sí, en efecto, ahora me encuentro melancólico.

Y la melancolía no es sino ver el mundo
con la sabiduría de que se nos perderá un día;
tocar con la conciencia de que no tocaremos más;
es pensar en todo aquello que tenemos
y que en cierta realidad ya hemos perdido;
es ver ese pájaro en la lejanía que ya no volveremos a ver.

Melancolía es distinguir de nuevo con amor lo que tenemos
por saber que un día no será más.

Así veo mi vida y la tuya,
tambaleantes en el mismo regazo secretamente alado,
en esta pérdida tan vasta de las cosas que tengo,
que tú tienes.

En tu corazón y el mío,
amor, veo la pérdida,
el aroma de lo que ya no está,
La silueta de lo que nos va dejando una vez más.

Mi corazón veo, amor,
con la conciencia de que te irás,
cada noche en fuga,
cada noche en otro cuerpo,
por que de mí te vas despojando las cosas lentamente.

Te vas y contigo los huéspedes de la noche se van,
los hombres de la ceniza
y los ejércitos de mis sombras,
se van.

Como no puedes dejarme impunemente,
te llevas todo lo que guardo en pueriles secretos,
pueriles ánforas del niño que soy.

Y me siento ya deshabitado antes,
poco antes de que te vayas.

No tienes otra manera de huir
sino deslizándote por mamparas y lámparas,
por biombos de lumbre enigmática,
por cosas que ni si quiera he visto aún,
pero que ya me dan la sensación amarga de su pérdida
¡aquí!
en esta melancolía,
que por fin veo melancólicamente,
y no me entrega ya la desesperanza de hace poco,
si no una esperanza fundada en todo lo que no sé,
en todo lo que me será revelado en el mañana,
en el mañana que ya extraño por que también,
como tú ahora
se perderá.


miércoles, 24 de octubre de 2012

Espuma





Cómo decir que tan solo quiero un pétalo
un rincón, una flor de éste mundo populoso

Cómo decir o hacer que entiendan que quiero tan poco

que no tengo deseos convulsos o temibles
que lo que quiero es lo que veo querer

Ahora, aquí, mis ojos son dos fonemas
por los que habla mi sangre

y un anhelo altísimo
es una estrella en mi voz

¿Cómo decir o dejar de decir tantas cosas?

Pero, así es la vida, el camino amargo
la feroz espuma, peinarse los cabellos

Cómo no afligirse sin embargo ante todo esto
con un trago de silencio

¡Salud!

miércoles, 17 de octubre de 2012

Crónica sobre el cementerio del Tejar y Francisco Jesús Bolaños


Era la segunda vez que intentaba entrar en el Cementerio del Tejar, la primera nadie pudo si quiera recibirme, dado ello hice esta visita de que hablo con la ingenuidad segura de quien espera diversos resultados. Presto apareció, en las puertas del cementerio, desde donde podía observarse una cruz blanca, menos blanca que las nubes de esa hora, quien después supe era el sepulturero. Llevaba apenas cuatro días en su oficio y era un hombre pequeño pero de gran corpulencia como si su fuerza estuviera ejercitada en ataúdes y pesos muertos.

Su nombre era José Machángara y estaba trabajando con una podadora de césped junto a su hijo de once años. Simbólico nombre éste de Machángara, que se compaginaba con lo que de medieval (de presunta medievalidad), de histórico y con lo que de secreto me parecía tenían los alrededores. Entonces, aumentando una “de” que le otorgaba valía nobiliaria y hasta estética, decidí dejar el nombre en José de Machángara, el sepulturero. Había que historiografiar el nombre para que aumente su valía, llevarlo con ayuda de la metáfora desde su condición humana de sepulturero, hasta una condición lírica de granjero de muertos.

La entrada la hice por la calle Baños, de manera que me encontré en medio del penal García Moreno por el lado derecho y el Cementerio se encontró conmigo al lado izquierdo. Es un largo descenso, muy empinado el que debe recorrerse para llegar de la calle Baños que sigue su curso, hasta la entrada del “Cementerio del Tejar” como si de veras  estuviésemos adentrándonos en el reino de la Muerte. Fuera de este ensueño quevedesco estaba el barrio de San Juan un tanto distante, que es siempre desde el otro lado de la ciudad como el aparecimiento de un islote, olvidado, revuelto, bamboleante en su arquitectura, como una isla de papel periódico mojada por la húmeda briza. 
   
De Machángara me hablo con palabras parcas y entrecortadas por las que entreví no demasiado. Me hizo entender que era su cuarto día de trabajo como ya tengo dicho, y cuando le pregunté cuántos muertos llegaban al día, me dijo que uno, pero que uno cada semana. “Los que llegan son los vivos”, aumentó después riendo parcamente. Los cementerios siempre nos distancian de aquel otro mundo donde practicamos la comunión. Yo ya no me sentía parte de este mundo, si no de otro con plenas características pero indiscernible en cuanto a su oscuridad, ya que este es siempre indiscernible en cuanto a su luz. Cuando le pregunté si era él quien se encargaba de enterrar a los muertos, me dijo que sí, silenciosamente mirándose las uñas repletas de tierra.

De éste otro ensueño me sacó un letrero en la pared derecha de la entrada de los muertos (es decir de los ataúdes, ya que la entrada de los vivos esta un poco más abajo y que, dicho de paso, se cierra a las cinco) firmado por la Administración que informaba lo siguiente:

“Todos los difuntos que se encuentra sepultados en la sección Tierra van a ser exhumados por el motivo de que todo va a ser aplanado. Acercarse a Administración a realizar los respectivos trámites, caso contrario no aceptamos reclamos”.

¿Qué hacer con los difuntos que no estaban enterrados? ¿Exhumados de “La Tierra”? y porqué debían sacar a los muertos si el terreno solamente iba a ser aplanado. Ninguna de estas preguntas pudo contestarme José de Machángara.

Imaginé, acto siguiente, el fantasma de un muerto que leyera aquella advertencia.
Un periodista mediterráneo: Joseph Pla, solía tomar sus textos de una sola escena que encontraba bellísima en el día y con eso justificar un folio, dos. Es mi visión de Pla como un genio. Un día tomó un texto de una conversación con su amigo el sepulturero, y que otro periodista: Umbral, nos cuenta así: a la pregunta de que cómo están las cosas, el sepulturero había respondido: “por aquí señor Pla, todo está cada vez más muerto”, no otra cosa sentía que De Machángara me dijera. Cuando se lo pedí no me dejó fotografiarlo, tenía yo el temor aún así de que no apareciera o que aparecieran muchos más.
Como aquel (¿quién duda de su irrealidad?) están también los sepultureros que son filósofos, aquellos de Shakespeare, del Hamlet. “No hay caballeros de nobleza más antigua que los jardineros, sepultureros y cavadores, que son los que ejercen la profesión de Adán” (Hamlet, acto V.) Otro periodista español: Ramón Valle Peña, mejor conocido como Ramón María del Valle Inclán, sustrajo con mano magistral, los dos esbozos de los sepultureros y los iluminó al final de su obra: Luces de Bohemia, convirtiéndolos en Rubén Darío uno, y otro en el conde de Bradomín, que siempre salvo ciertas pocas veces, es Valle Inclán (ver Los botines blancos de piqué, Francisco Umbral). “Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante la vida, la única verdad es la muerte… Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana” (Luces de Bohemia, Valle Inclán). Es decir que los muta en ellos. Yo pensaba todo esto mientras me convertía por osmosis de Machángara, en un poco esos sepultureros y, darme cuenta era la evidencia mayor de que sí, esos sepultureros eran filósofos. Ningún vivo que trate con muertos puede no serlo. Hay una verdad muy antigua, muy profunda y secreta en la sepultura, una que Adán conocía.          

Pronto me dejó De Machángara. Todo había sucedido por un hueco de la puerta, ya que nunca el jardinero me había abierto.   

Volviendo a Valle-Inclán a no sé qué efectos una vez dijo que su arte era la superación de la sorna y de la risa, y que él habla como los muertos que ya sin morales ni prejuicios hablan de los vivos. Se me hace a mí que en cuanto a su estética quería decir que las emociones humanas son vanas y baladís, o más claramente que carecen de eternidad por ser mudables, excepto en sus momentos más intensos ya que para Valle: estar dominado por una emoción que quiere ser eterna y no puede serlo, es la voluntad del ejercicio del arte; y que solo la verdades quietas, eternas, las que no surgen y resurgen súbitas como las emociones, son las que nos acompañan hasta la muerte.

Me dirigí, cuando ya no acudía a mis gritos de protesta el jardinero habiéndose disuelto en el aire, a la administración del Tejar, que había dado tal premisa sobre la exhumación de los muertos que habitan la tierra.  Me fue imposible encontrar a nadie, la oficina estaba cerrada, era una puerta vistosa e inconfundible en medio de la piedra de la Plaza Francisco de Jesús Bolaños. Había una enorme estatua que nunca había visto en medio de la plaza, y hacia ahí me dirigí. Sin embargo, en la mitad del trayecto encontré la puerta de la iglesia aún abierta. Me dirigí hacia ella, la estatua esperaba, me encontré con Estefanía, que no quiso darme su apellido, y le pedí la información que yo requería sobre el tiempo en que fue fundado el cementerio, pero me dijo que “aquella información la tiene el padre Alfredo Llumicanga”. Tras ésta insatisfacción mía, le pregunté si ella sabía sobre éste lío de los “difuntos que se encuentran sepultados”, y me dijo que todo aquello era a causa no de que iban a aplanar la tierra, si no que los familiares de los difuntos (quizá ya muertos) no pagaban las cuotas por los nichos. Acto seguido, le pregunté acerca su oficio en el negocio. A lo que me respondió: “Yo soy quién cobra las cuotas”. 

Entonces los muertos iban a ser exhumados porque no podían pagar las cuotas. No sé en éste punto cómo nos parece extraño que a los faraones se los sepultase con todas sus pertenencias, o que a algunos ortodoxos con sus mujeres, o a los griegos con dos monedas, una por ojo. Más les valió haberlo hecho. Aunque claro, ahora se destierran faraones asimismo para cobrar cuotas, para pagar deudas.

La estatua había esperado lo suficiente. Por detrás había una placa que se me hacía más reciente que la estructura y que decía: “Puro/ simple / desnudo de sí mismo / sólo alumbra / Arcángel del Pichincha / suspenso de las llagas de cristo / volando al cielo” firmado por: Guillermo Hurtado Álvarez, poeta de la zona. Se sentía un gran amor a éste personaje, todo estaba lleno de grafitis pero no la estatua, permanecía la efigie del santo Francisco Jesús Bolaños, con dos sirvientes a sus dos lados. Uno, el de la derecha implorando piedad, y el segundo con una vara en tierra y haciendo un ademán. Los dos son cobrizos. El santo de los ejercicios espirituales es blanco.

Cuando lo tenemos ya al frente, hay una leyenda más y más completa:
“Misionero y evangelizador desde Pasto a Ibarra, Quito, Latacunga, Ambato, Riobamba y Cuenca.  Asceta y místico mercedario, el religioso más distinguido de XVIII, su fama se extendió más allá de estos límites. Por su don de caridad se le conocía como “Padre de Quito”. En 1773 estableció en el Tejar la “Recolección Mercedaria”, la casa de ejercicios espirituales y la capilla de San José, por muchos años fue conductor de religiosos y laicos. Propulsor de la cultura y el arte de su siglo. Su fama de santidad se extendió, el proceso de beatificación está en Roma.” Firmado por Paco Moncayo, alcalde metropolitano 2006.     

Eugenio Espejo, en su testamento, pidió ser enterrado en la capilla de San Juan con el habito blanco de los mercedarios, ya que se sabe que como comunicador Espejo se comprometió a liberar de la supuesta libertad incluso a los mercedarios, cuyo cuarto voto es el de liberar a los demás, a los obnubilados mediante el ejercicio de la fe.

Venía yo nombrando a Valle-Inclán y es que me encuentro leyendo su libro: “La Lámpara Maravillosa: ejercicios espirituales”; precisamente el día de hoy había retomado la lectura y el capítulo que leía versaba sobre la madrina de Valle, que él recordaba “al final del camino de cipreses”, y que cuando joven siempre la encontraba leyendo un libro. “Yo conocí a una santa de niño y no me fue acordada mayor ventura”, así inicia el capítulo sobre dicha madrina, Valle se había enamorado, había santificado y cristalizado a su madrina, y es por ello, lo entendemos luego, que la madrina es beatificada en su conciencia.

El pueblo ama sus santos. Los héroes, no los de guerras, no los lejanos en territorio y tiempo, son cristalizados en estatuas en la memoria de nuestra historia por el amor del pueblo.

martes, 16 de octubre de 2012

Sueños de Dike





“Death is patience as a dead cat”
Jim Harrison


I


Caigo en el orden de los días con disperso vuelo. Con un cierto peso que no había existido antes mi cabeza se ilumina pero nada me deja ver. No sé donde han caído mis ángeles o mi flora, de qué canasto he sacado esta bendita ilusión de estar maldito; de querer ver el abismo con mis ojos en el momento subitáneo en que se ilumina, bajo la orden de una milagrosa lámpara, de una lámpara mágica y oscura.

Ciego, como un gato envuelto en mi propia sombra me vuelvo misterioso para mi mismo. Cojo, repto en medio de mi oscuridad, me parece en una esquina igual a todo lo demás ver cierta muerte que me mira con mis ojos. Hay, ahí mismo un relámpago divino de diamantes, una caricia dada en la sombra, algo del todo oscuro pero feliz asimismo.

Quién se ha perdido de todos aquellos que soy. Me sigo preguntando. En la noche. En la larga esfera de estos milagros concéntricos. De estas metáforas que percibo mientras desciendo por las orillas circulares de un infierno fácil, mal creado, mediocre, vastísimo en medio de su pobreza.

II

Nada puede domar esta oscuridad inmensa. Siendo quien he sido me he venido a perder por partes en esta boca agria de mis tormentas, en este rescoldo de flores muertas, en este acantilado al revés, en este abismo celestial. Quién hubiera dicho, predicho, o intuido que mi corazón se llenara de este alimento apetrolado, se encantara con mis sangres azules, o se fuera de vuelta al corazón del que ha salido. ¿Madre, es que estoy aquí?

Bondad siliente la de todas estas bocas, enmarcadas en la claridad corta de mis sueños, delirios nefastos de mis propias golondrinas. Las que no vuelven. Las que se han dedicado a comer carne en estas grietas de sueños oscuros y de canales arteriales que solo llevan el frío y el viento muerto, hasta un corazón de pájaros azules. 

Este infierno de invisible barroco.


III

¿Cuál es la diferencia entre tú y los poetas? –dice una voz ciega, es decir una voz que no proviene de cuerdas bucales o  ecos repetidos.

-       Yo soy quien abrocha con diamantes la muerte.

No sé, qué diferencia debe haber. Estoy aquí y un día escribo o escribo cada día. Mal. Bien. Dependiendo de la posición de mis emociones, de mis motivos. Qué es esta voz sino la voz de este increado infierno. Pobre, mediocre, pero profundamente oscura, profundamente real y verdadera en cuanto a lo que veo.

No sé en dónde he podido caer con mi complemento de lecturas y de sensaciones. Quién es el padre de este abismo ultratumbal en donde nada cae. En donde solo he caído ciego, cojo, como un gato que es la muerte y que en una esquina umbría se arranca los ojos de la cara. El Sueño. Éste Sueño. 

Repleto de impredecible pobreza.